Exposición de Jorge López en encuentro entre miembros de la Obra de María y el Regnum Christi del 26 de noviembre de 2016.
Queridos focolares y miembros del Regnum Christi:
Actualización del carisma y evangelización de la cultura. “Hoy se cumplen estas palabras”. Se cumplen en este momento, que estamos reunidos directivos de los dos movimientos, que estamos buscando escuchar al Espíritu Santo y dialogando unos con otros. Ahora se están actualizando nuestros carismas de un modo inédito. Y también estamos evangelizando la cultura, nuestras culturas. Si hay una cultura que urge evangelizar es la nuestra, la mía, las culturas de nuestros movimientos. Y para ello dialogar con verdad y amor. En palabras de Chiara Lubich, para entrar en diálogo y hacerse uno con el otro es preciso “ponerse delante de todos en posición de aprender, porque realmente hay que aprender. Significa cortar completamente la raíz de la propia cultura y entrar en la cultura del otro y comprenderlo y dejar que se exprese, cuando lo hayas comprendido dentro de ti podrás comenzar el diálogo con él y transmitir también el mensaje evangélico a través de las riquezas que él ya posee”[1].
Queridos focolares y miembros del Regnum Christi: nos necesitamos mutuamente. Este encuentro es más que un momento de oración y reflexión. Compartimos problemas y retos. Seguramente el Señor nos llama a colaborar en la misión evangelizadora y recorrer juntos el camino de la renovación y de la actualización de nuestros carismas. Jesús abandonado, nuestro Rey, nos llama a hacer presente su Reino entre los hombres, en esta cultura.
Hace 18 años algunos de nosotros participábamos en el congreso de movimientos, en Roma, en la vigilia de Pentecostés. Han pasado muchas cosas desde entonces. El Señor nos ha llevado a cada uno por caminos singulares y, posiblemente sin haberlo pensado ni deseado, nos ha puesto al frente de nuestros movimientos a una nueva generación aquí representada. Hoy la situación es diferente: hay sufrimiento en nuestras comunidades, dificultades para encontrar caminos eficaces en la evangelización de la cultura, crisis de vocaciones consagradas al interior de nuestros movimientos…
Se nos pide desde la Iglesia, desde nuestros movimientos, la actualización de nuestros carismas, la fidelidad creativa al don de Dios para evangelizar la cultura. En el comité general del Regnum Christi hemos visto que esta actualización es ante todo una renovación espiritual en torno a tres ejes: encuentro (con Cristo y con los demás), acompañamiento y comunión.
En el texto que he preparado, y que pueden leer a continuación de esta larga introducción, ofrezco algunas reflexiones sobre cómo se interrelacionan actualización del carisma y evangelización de la cultura. Necesitamos actualizar nuestros carismas para evangelizar la cultura, de la contrario serán sal que se vuelve sosa. Necesitamos integrar todo lo vivido y acoger lo nuevo; necesitamos acogernos, amarnos y perdonarnos para llevar a cabo esta tarea. La actualización del carisma es (como la actualización bíblica o la actualización del misterio eucarístico) obra del Espíritu Santo que hace presente a Cristo en la Iglesia. El sujeto que realiza esta actualización es la Iglesia toda, es el movimiento en su conjunto, no un grupo de expertos (teólogos, cofundadores…) o sólo la autoridad legítima. Se aplica aquí, análogamente, lo que el Papa Benedicto decía a propósito de la interpretación del Concilio Vaticano II, en la línea del cardenal Newman: necesitamos una hermenéutica de la reforma en la continuidad[2]. Pero sobre todo hacerlo juntos, como Iglesia. Quizá ésta es la clave: el único sujeto autorizado para la hermenéutica es la Iglesia.
También quiero añadir tres ideas más que nos pueden servir para llevar adelante nuestra actualización del carisma hoy:
- Caminar al paso de la Iglesia, del Papa.
- Purificar nuestra concepción del carisma.
- Integrar nuestra historia en el carisma para así evangelizar mejor la cultura de hoy.
Desarrollaré brevemente estas tres ideas a continuación.
1) El Papa Francisco, como hace 18 años Juan Pablo, nos está hablando a nosotros. No miremos a otro lado. Nos invita a caminar al paso de la Iglesia. El domingo pasado se cerraba el año de la misericordia y el Papa volvía a insistir en su homilía y en la carta apostólica, sobre la conversión. Conversión personal y pastoral. La Evangelii Gaudium nos ofrece pautas concretas para esta conversión. Quizá pensábamos “salvar a la Iglesia” y nos encontramos hoy con que la Iglesia -Cristo con su Iglesia- es quien nos puede salvar al darnos pautas para nuestro camino de renovación. Es una invitación (no un slogan) a “estar en salida”, salir al encuentro de nuestros hermanos.
2) En segundo lugar necesitamos purificar nuestra concepción del carisma, no sólo actualizarlo. El carisma puede convertirse en una ideología cuando se usa para justificar posiciones personales. Quienes estamos constituidos en autoridad (pero no sólo) hemos de evitar la extrema “seguridad carismática” como si todas nuestras decisiones o reflexiones estuvieran avaladas por el carisma y este carisma fuera una receta infalible. Cuidado con la idolatría o absolutización del carisma. Cuidado con usar del carisma como un ariete para enfrentarnos unos con otros (jóvenes y mayores, conservadores y progresistas…).
3) En tercer lugar hemos de integrar en nuestros carismas institucionales la experiencia vivida en los últimos años que sin duda nos ha ayudado a madurar y a conocernos mejor en orden a la realización de la misión. Todo lo que hoy estamos viviendo es “una aventura de un padre con su hijo para que se conozca mejor a sí mismo y salga a realizar la misión” (como decía un joven del Regnum Christi durante la asamblea que tuvieron en junio pasado). Esta historia incluye luces y sombras, así como un empobrecimiento personal e institucional. Y al mismo tiempo esta pobreza, paradójicamente, nos prepara mejor para la misión a realizar con los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Precisamente siendo más pobres somos más aptos para la misión en un mundo que es un “ospedale da campo”, como nuestros mismos movimientos. El empobrecimiento que estamos viviendo es un don que si lo sabemos acoger (sin quejarnos, sin culpabilizar a nadie) nos hace más libres y más abiertos a seguir el camino que el Señor nos indique.
Hoy termina el año litúrgico, mañana comienza el adviento. Un nuevo adviento que es preparación para una nueva venida del Señor. Es quizá un signo: como María nos toca vivir el adviento del Señor en nuestras vidas y en la de nuestros movimientos. Ella nos enseña a ser pobres, carismáticos y a salir al encuentro de nuestros hermanos. ¡Ven, Señor, Jesús!
Muchas gracias.
Anexo.
El Magisterio de la Iglesia ha invitado reiteradamente a una actualización entendida como fidelidad creativa, dinámica, al propio carisma[3]. Esta actualización ha de estar atenta a los signos de los tiempos, para poner dicho carisma al servicio del entero pueblo de Dios, de la misión evangelizadora de la Iglesia. Si no se actualiza el carisma, muere; sería como como la sal que se vuelve sosa. Una fe que no se encarna en una cultura, tarde o temprano se desnaturaliza y muere, pues como decía Juan Pablo II: “la síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe […] una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida”[4]; y esta falta de inculturación de la fe conduce al “drama” de la ruptura entre el Evangelio y la cultura que mencionaba ya Pablo VI[5]. La identidad se hace más fuerte en la medida que se actualiza; una identidad estática es una identidad débil[6].
La fe no se identifica con ninguna cultura. De hecho no existe la fe (o el carisma) en estado puro sino coloreada de cultura: tanto el que cree tiene una cultura que le condiciona como lo creído tiene un elemento o soporte cultural en el que está expresada, aunque lo trascienda. La relación entre fe (o carisma) y cultura es un capítulo particular de la relación entre gracia y naturaleza, aplicándose el principio de que “la gracia no suprime la naturaleza sino que la perfecciona… purifica y eleva”[7]. La evangelización implica una sanación, purificación de la cultura[8]. Sólo es posible una realización histórica plena y verdadera del hombre en Cristo y por Cristo.
Condición para que los movimientos evangelicen adecuadamente otras culturas es que antes evangelicen su propia cultura con una conversión personal e institucional. Para ello necesitamos de la ayuda del Espíritu Santo y de la mediación eclesial a través de los cuales Dios actúa: no nos “salvaremos” a nosotros mismos. Tiene que haber una “muerte” para que Jesús abandonado y crucificado renazca en nosotros. Necesitamos cortar con los prejuicios y con las “deudas” que en nuestra memoria hemos acumulado y nos impiden dialogar adecuadamente. “No se trata, ante todo, de cómo presentar sino de cómo ver y de cómo pensar”[9]. Antes que preguntarnos sobre cómo adaptarnos tendríamos que preguntarnos sobre cómo ser verdaderos cristianos, mejor aún, cómo ser “Cristo” hoy entre nuestros hermanos.
Siendo el carisma un don de Dios, una experiencia del Espíritu al servicio de la Iglesia, la actualización del carisma es obra de Dios[10]. Corresponde en primer lugar a todos los miembros de cada movimiento custodiar el carisma y actualizarlo en sus vidas, siendo fieles al mismo[11]. Corresponde a los gobiernos de los movimientos -particularmente a los capítulos o asambleas generales- y a la jerarquía de la Iglesia reconocer y promover la actualización o interpretación correcta del carisma[12]. No hemos de olvidar que la actualización carismática incumbe a toda la Iglesia, no sólo al movimiento, en cuanto beneficiario del carisma (y por tanto en armonía con todos los carismas) pero también en cuanto a que es la Iglesia el garante y el sujeto que propiamente recibe el carisma y lo interpreta válidamente.
La actualización carismática es obra divina pero también humana pues la libertad humana coopera con la gracia mediante decisiones y acciones concretas[13]. La providencia de Dios cuenta con nuestra libertad, con nuestra prudente colaboración. De parte de los miembros del movimiento se espera una fidelidad creativa al carisma que se traduce en responsabilidad y creatividad para vivirlo, para custodiarlo, para interpretarlo bien[14]. En buena parte es un reto de cada persona y de cada generación.
El discernimiento de la genuina actualización carismática no resulta siempre fácil. Como sabemos, la cizaña y el trigo al inicio no se distinguen. Por otra parte, elementos nuevos, implícitos o desconocidos, pueden enriquecer el carisma[15]. Un criterio central de este discernimiento es Cristo mismo tal como se nos presenta en el evangelio. La tradición del propio movimiento ha de insertarse en la Tradición de la Iglesia. Ello requiere un sensus fidei eclesial y, análogamente, un sensus del propio carisma. En ambos casos el discernimiento ha de seguir un criterio de continuidad[16]. Requiere fidelidad a los principios que se expresan en las formulaciones históricas. Es importante mencionar que la continuidad, más que una cuestión meramente doctrinal, se basa en que es obra de un mismo sujeto, la Iglesia (y en nuestro caso el movimiento). La actualización es obra del Espíritu Santo que hace presente a Cristo en la Iglesia.
El discernimiento (y en última instancia el Espíritu Santo[17]) es quien nos permite recordar y reinterpretar -hacia una verdad plena-, como María, los hechos y las palabras con las que se manifiesta la acción de Dios en nuestra historia personal y colectiva. Recordar para descubrir el significado salvífico de ese dabar de Dios. Incluso las traiciones, pecados o errores han de leerse en el Espíritu, sin ocultar los hechos, negarlos o mirar a otro lado. Memoria e identidad van juntas: sin memoria la identidad no se comprende[18].
El discernimiento requiere un diálogo desde la propia identidad cristiana y eclesial, con las otras culturas, con cada persona -cada persona tiene “una” cultura propia- para anunciar el evangelio de forma inteligible y abierta a asumir todo lo bueno y verdadero[19]. El diálogo no es una estrategia para dar solución al problema de credibilidad o crecimiento institucional. El diálogo es una exigencia de nuestra fe y de la naturaleza misma del hombre y de la cultura[20].
El proceso de encarnar el carisma es análogo al de la encarnación de la fe y, por ello, podemos decir que tiene dos momentos lógicos pero no estrictamente cronológicos: la evangelización de la cultura y la inculturación de la fe. Si no se dan los dos, no se da ninguno. En realidad, se podría decir que la inculturación no es más que un aspecto de la evangelización de la cultura; e inversamente, la evangelización de la cultura es siempre una inculturación del evangelio en un medio cultural dado[21].
La evangelización de la cultura ha de entenderse como algo bidireccional. Ciertamente el portador de una fe, de un carisma, está llamado a ofrecerlo a la cultura, a los que no lo conocen o no lo viven. Más que hacer que “triunfe” la verdad se trata de dar testimonio de ella; la influencia es un resultado, no una meta[22]. Pero al mismo tiempo el cristiano, la Iglesia, ha de estar receptiva para acoger todo lo bueno y verdadero que haya en esa cultura como algo que “le pertenece”, que viene del Dios. Ha de estar dispuesto a evangelizar y al mismo tiempo dejarse evangelizar por las periferias, por los “bárbaros”, ha de tener una simpatía crítica hacia su cultura[23] y humildad para reconocer que es portador de un don[24]. Ha de amar a la verdad en su vida y en la de los demás. Ha de saber reconocer, siguiendo a san Agustín, que “también los gentiles tienen sus profetas” (profetas de Cristo, a fin de cuentas)[25].
La secularización de las culturas no significa falta de interés por la religión y menos aún por Cristo[26] pero sí pérdida de credibilidad institucional de la Iglesia. Aun cuando ha aumentado el número de los indiferentes, la mayoría de los jóvenes sigue buscando una forma de relación personal con Dios. Se busca mayor responsabilidad, mayor libertad (con el peligro del individualismo y ausencia de compromisos a largo plazo), mayor espiritualidad. Hay también más sentido crítico hacia todo lo normativo y restrictivo de la libertad[27].
La evangelización tiene que partir de la situación en la que está hoy la persona y encontrando caminos diferentes según su modo de ser. Para algunos (quizá los más críticos) será conveniente un acercamiento más racional. Para otros (quizá los indiferentes) será conveniente un acercamiento más sensible y experiencial. Y para los que hoy son más cercanos a la Iglesia será conveniente ayudarles a liberarse de un cierto convencionalismo social que hace de la fe una buena costumbre[28].
Las escuelas y más aún las universidades (vinculadas o no a la Iglesia) son ámbitos donde encontramos a los jóvenes y donde se juega en buena parte el futuro de la cultura[29]. En esta tarea hemos de propiciar la colaboración con todos los hombres de buena voluntad, con todos los buenos proyectos, comenzando por los de la Iglesia: si la Iglesia es comunión ha de ser promotora de comunión a todos los niveles y ha de reflejarse en el modo de relacionarse con el mundo.
La formación de los miembros de nuestros movimientos eclesiales ha de responder a los principios e ideas arriba mencionados y abrirse a las nuevas generaciones, a las nuevas culturas, con simpatía crítica. Ha de formar hombres y mujeres libres, cultos[30]. Para ello no basta con nuevos objetivos y contenidos escritos en un plan de formación sino una experiencia de inserción en la cultura (p.e. en universidades civiles, en ambientes secularizados, en obras que no son de la Iglesia). Así mismo se requiere una adaptación metodológica a la sensibilidad de la cultura local. Esto implica aceptar una mayor diversidad en la formación y en el apostolado (para ser “hombres-mundo”).
Pero en la base de todo está la fe en Cristo. Como dijera Rèmi Brague, “la civilización cristiana no ha sido fundada por gente que creía en el cristianismo sino por gente que creía en Cristo”[31]. Es la fe viva, hecha caridad, el motor que ha de encenderse en nosotros, que nos ha de iluminar y nos ha de lanzar habitar en el cruce de los caminos y de la culturas, como Jesús en Cafarnaúm. Es la esperanza contra toda esperanza -“spes contra spem!”, según el motto de La Pira- lo que nos ha de sostener en el camino.
Sólo una mirada de amor es capaz de traspasar la cultura y alcanzar a la persona para verle como Dios le ve. Esa mirada es como un dardo que capta la belleza y que hace que la persona, al saberse amada, se rinda herida por el amor.
[1] Párrafos de C. Lubich en Opus Mariae, “El sentido de lo sagrado en África subsahariana”, Centro para la inculturación, Nairobi 2012, pp.5-7.
[2] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005.
[3] Cf. Evangelica Testificatio, 51 y Vita Consecrata, 37. Se trata de dos exhortaciones apostólicas; la primera de Pablo VI, de 1971, y la segunda de Juan Pablo II, de 1996.
[4] Juan Pablo II, Discurso de Carta de institución del Pontifico Consejo para la Cultura, 20 de mayo de 1982, citando su Discurso del 16 de enero de 1982.
[5] La Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, escrita en 1975, es clarividente en este punto.
[6] Jesús Morán aludía a esto en una entrevista realizada al ser electo copresidente de la Obra de María. El carisma es una realidad dinámica que se incultura en el tiempo y por tanto sufre cambios.
[7] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, 1, 8 ad 2.
[8] A partir de su etimología, la cultura es el cultivo del alma y por ello es algo que se aprende y practica (como la agricultura) para que dé fruto. Tiene que ver con la paideia griega, con el perfeccionamiento de la naturaleza, que es precisamente el término que Cicerón traduce por cultura. La naturaleza humana es causa propia de la cultura y criterio de valoración. La cultura, en cuanto accidente metafísico, es una cualidad del hombre, una determinación de su naturaleza (cf. J.G Ascencio, Il Pensiero culturale, Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, Roma 2004; como también la obra de J. Maritain). La antropología cultural, por su parte, ha hecho énfasis en el aspecto descriptivo de la cultura entendida como modo de vivir y hacer las cosas, como el conjunto de creencias, valores, costumbres, normas y artefactos que definen el modo de ser de un grupo social. En todo caso, el corazón de la cultura tiene su centro en el sistema de valores, y en particular aquellos que marcan el sentido de las acciones (en particular la religión como han dicho Durkheim, Dawson o Berger, entre muchos otros).
[9] H. De Lubac, Paradojas seguido de Nuevas paradojas, PPC, Madrid 1997 [1959], p. 23. Todo el capítulo 3 es una reflexión íntima y actual sobre la auténtica actualización. Así dirá: “Antaño se pretendía “defender” el cristianismo. Hoy se quiere “adaptarlo”. Dos intenciones excelentes. Pero en ocasiones estuvimos tan afanados en defenderlo que nos olvidamos de preguntarnos qué era el cristianismo para nosotros. El mismo peligro acecha hoy a esta preocupación insistente sobre su adaptación” (p. 25). Y también: “Si no se vive, se piensa y se sufre con los hombres de su tiempo, como uno de ellos”, en vano se pretenderá, llegado el momento de hablarles, adaptar el lenguaje a su oído”.
[10] El carisma se relaciona con la experiencia del Espíritu que tienen los miembros de una obra de la Iglesia. El Espíritu Santo actualiza el carisma constantemente, como lo hizo en los discípulos, tal como había prometido Jesús. Ellos comprendieron sólo después y por obra del Espíritu lo que Jesús había dicho y hecho.
[11] Cf. Sagrada Congregación para Religiosos e Institutos de Vida consagrada, Mutuae Relationis 1978, n. 14.
[12] Para ahondar en este tema se recomienda el texto de Fabio Ciardi, In ascolto dello Spirito. Ermeneutica del carisma dei fondatori, Città Nuova, Roma 1996, pp. 13-25.
[13] Los discípulos, la Iglesia, actualizan el carisma al ir tomando decisiones sobre qué hacer en cada momento, ante situaciones históricas concretas: pensemos en el primer concilio de Jerusalén o la labor misionera a lo largo de la historia.
[14] A esto alude el Papa Francisco en el discurso a la Obra de María del 26 de septiembre de 2014: “Fiel al carisma del que nació y se alimenta, el Movimiento de los Focolares se encuentra hoy ante la misma tarea que le espera a toda la Iglesia: ofrecer con responsabilidad y creatividad su contribución peculiar a esta nueva etapa de la evangelización. La creatividad es importante, no se puede ir adelante sin ella”.
[15] Análogamente a lo que decía el Card. Newman, sobre la evolución del dogma, con el paso del tiempo pueden desarrollarse elementos nuevos que no estaban expresados al inicio, sólo implícitos. No basta con hacer deducciones lógicas a los principios carismáticos o traducciones a la cultura de hoy de los conceptos tradicionales. Esto es posible si admitimos que el Espíritu Santo que inspiró el carisma sigue actuando en quienes hoy están llamados a vivirlo.
[16] Benedicto XVI en su discurso del 22 de diciembre de 2005 usó un término que nos puede iluminar: hermenéutica de la reforma en la continuidad, frente a quienes abogan por una hermenéutica de la ruptura y discontinuidad. Así la Iglesia, en el Concilio Vaticano II, aunque corrigió formulaciones históricas se mantuvo fiel a su íntima naturaleza e identidad.
[17] La actualización del carisma implica una epíclesis por la que se hace presente Cristo, análogamente a lo que ocurre en la celebración eucarística: es una verdadera actualización, y no simple recuerdo, en el seno de una comunidad escatológica. El Espíritu es quien vivifica y da continuidad a la tradición (las palabras y gestos) en la comunidad entera de la Iglesia.
[18] Memoria (anámnesis) no sólo del pasado sino del futuro. No basta una mirada hacia la historia sino hacia el éschaton futuro que revela hacia dónde vamos y nuestro “nombre”. La Iglesia, como realidad unida a Cristo, está en la historia y más allá de la historia.
[19] La cultura es un “velo” a la vez que manifestación de la persona; necesitamos una “revelación” para conocer a la persona, su verdad (aletheia). El amor permite esta revelación, es fuente de conocimiento. Permite captar el ser de la persona más allá de un verdad entendida como extensión pero sin profundidad. El Nuevo Testamento afirma que Cristo (y su Iglesia) tienen poder para discernir (i.e. juzgar, revelar) lo que hay de bueno y verdadero en cada persona, en el mundo (p.e. 1 Co 6,2) y por ende la cultura. A esto estamos llamados los cristianos.
[20] Cf. Mensaje del Papa Juan Pablo II, 1 de enero de 2001. Para Maritain la esencia del ser humano se expresa en la cultura. Su “naturaleza” consiste en su cultura. El ser humano está llamado a cultivarse, a educarse, para vivir lo que está llamado a ser, para humanizarse.
[21] La Encíclica Redemptoris Missio, de Juan Pablo II (1990), en el número 52 define así la inculturación: “La inculturación «significa la íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante la integración en el cristianismo y el enraizamiento del cristianismo en las diversas culturas»”
[22] Cf. H. de Lubac, Paradojas y Nuevas Paradojas, PPC, Madrid 1997 p. 47. Y más adelante, en la p. 48, añadirá acerca de la búsqueda del éxito en la adaptación cultural: “Este éxito corre el riesgo de no ser más que el signo de la ineficacia. Todo lo fuerte, todo lo nuevo, todo lo urgente, penetra en el hombre a través de resistencias. ¿O es que pensamos que la predicación cristiana ya no debe ser “escándalo” y “locura” a los ojos del mundo?
[23] Niebhur escribía hace años (en “Cristo y la cultura”) sobre el modo de concebir la relación entre Cristo y la cultura: de oposición, de conformidad, de sobreposición… No está mal que nos preguntemos nosotros, cómo concebimos nuestra cultura hoy: ¿nos parece valiosa? Si nuestra mirada es negativa, si no encontramos cosas positivas en ella, difícilmente podremos insertarnos en ella y evangelizarla. Nuestro modelo será de combate, de conquista. Si hacia ella sólo tenemos admiración y en el fondo menospreciamos la Iglesia… seremos conformistas y miméticos. Si nuestra mirada es de nostalgia y miedo, nuestra evangelización será defensiva y desconectada de su mundo. Nuestra mirada ha de ser como la de Cristo, de simpatía crítica hacia todo ser humano, hacia toda cultura.
[24] Es interesante cómo Brague, retoma la expresión acuñada por Ozanam para caracterizar la “romanidad” (de la Iglesia o de Europa) como actitud humilde, del que se sabe portador de una valiosa tradición que le supera, y abierta al intercambio con los “bárbaros”.
[25] S. Agustín, Contra Faustum, 19, 2. Es significativo que Pablo VI citara este texto al regreso de su viaje a la India (Audiencia general 19 de diciembre de 1964).
[26] El desafío que tenemos no es que haya poca religión hoy, sino que hay demasiada, dice Peter Berger (Globalization and religion, 2002). Es un desafío para la teología y para la gente ordinaria que no sabe qué pensar y qué camino seguir. Charles Taylor, (A secular age, 2007), señala que hoy lo religioso sigue vivo pero más como experiencia interior y búsqueda de plenitud que como adscripción ritual a una iglesia y a una normativa precisa. Taylor (Multiculturalism, 1994) también aboga por el reconocimiento del valor de todas las culturas, partiendo del común respeto a los derechos humanos fundamentales.
[27] Tomás Halík (en Paciencia con Dios. Cerca de los lejanos, Barcelona 2014) expresa que Dios está más cerca de los lejanos de lo que pensamos. Y que a través de ellos nos viene a evangelizar a los cercanos. Es indudable que las semillas de verdad y la acción del Espíritu Santo supera los límites de la Iglesia como institución.
[28] Un estudio de 2011 sobre la relación de los jóvenes con la religión, realizado en México por la Universidad Anáhuac, recomienda este acercamiento. El estudio de R. Bichi y R. Bichi (Dio a modo mio. Giovani e fede in Italia, Milano, Vita e pensiero 2016) presenta una quíntuple tipología del camino de la fe juvenil no muy diferente a la de México.
[29] “El mundo de la educación es un campo privilegiado para promover la inculturación del Evangelio”: Juan Pablo II, Ecclesia in America, 71. A este respecto es interesante la reflexión de H. De Lubac (Paradojas seguido de Nuevas paradojas, PPC, Madrid, 1997, p. 27): “Todo el mundo puede constatar que la increencia y la indiferencia se extienden por todas partes, a pesar de ciertas corrientes contrarias. ¿Se tiene en cuenta que, entre las causas de esta creciente expansión figura el que, cada año, por una seria de dramas oscuros, entre los mejores colegios de provincias o de París o en medios análogos, una parte importante de la élite de nuestra juventud pierde la fe al descubrir un universo en el que el cristianismo no tiene cabida? Ellos serán mañana los educadores de la juventud, los creadores de opinión, los escritores favoritos del público. Entonces intentaremos rechazar sus argumentos tardía, torpe, tímidamente, solicitaremos que intervenga el Santo Oficio, y no tendremos más remedio que improvisar contra ellos una apología de aspecto divulgativo, porque será la masa la que sufrirá su acción corrosiva. Y sin embargo, en nuestras aulas recomenzará la misma historia…”
[30] “Culto” en cuanto “cultivado”, capaz de obrar libremente, conforme a su naturaleza y vocación.
[31] Cf. G. Brotti, “Entrevista a Rèmi Brague”, en Dove va la storia? Dilemmi e speranze, Ed. La Scuola, Milán 2015, p. 123.