Presentación que realizaron María Chávez, Maricarmen Ávila y los laicos consagrados Jorge López y Héctor Bracho en un encuentro de Movimientos en Paray Le Monial.
Comunión y misericordia: experiencia y retos.
En nuestros estatutos se dice que nuestro movimiento está llamado a anunciar el amor misericordioso de Dios a todos los hombres. Buscamos que las personas experimenten la alegría de encontrarse con Cristo y comunicarla con la propia vida que acoge el mandato de Cristo “Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva”. En otras palabras, formar apóstoles por el encuentro con el amor de Dios en Jesucristo. En el Regnum Christi deseamos vivir con un ardiente espíritu evangelizador como expresión de la experiencia personal del amor de Cristo. En palabras de nuestro Patrono San Pablo: “Caritas urget nos” (2Cor 5,14).
Durante muchos años hemos buscado concretar este anuncio con un gran empeño apostólico, como quien se sabe poseedor de un tesoro que quiere compartir. Han surgido muchas obras buenas, obras de misericordia corporales y espirituales, por gracia de Dios y la donación generosa de muchas personas.
Pero Dios ha salido a nuestro encuentro y nos ha hecho ver que no se puede anunciar su misericordia si antes no se ha experimentado la propia miseria y la necesidad de misericordia de parte de Dios y de los demás. Nuestra experiencia de la pobreza está asociada a la experiencia de cruz que ha significado conocer la doble vida de nuestro fundador y el sufrimiento por una paternidad herida. En su designio de amor nos está permitiendo en los últimos años experimentar nuestra pobreza, quizá como la que experimentó Jesús en la cruz, incluso confusión, sentimiento de fracaso; percibirnos como un hospital de campaña. Hemos tenido que cerrar obras, hemos sufrido muchas salidas de hermanos nuestros, hemos vivido la incertidumbre sobre nuestro futuro y el cuestionamiento del propio carisma.
Al mismo tiempo este camino de pobreza está siendo un camino de conversión y de misericordia, de renovación carismática. Estamos viviendo un proceso en el que el Espíritu Santo nos está invitando a “nacer de nuevo” (cf. Jn 3,7) y a vivir más plenamente aspectos de nuestro carisma que no se habían revelado. Nos ha llevado a darnos cuenta de que en nuestra vida, en nuestras concepciones, hay una gran necesidad de conversión. Nos ha ayudado a hacer un examen de conciencia y darnos cuenta de que nos faltaba (y aún nos falta) mucha misericordia en nuestros juicios y en nuestro trato, mirando a cada persona como hijo de Dios y hermano nuestro. En el pasado nos gloriábamos de nuestros números, de las alabanzas eclesiales, de nuestras instituciones. Poco a poco vamos descubriendo que si algo hemos de gloriarnos es de la cruz de Cristo (Gal 6,14) que nos invita a acompañarle en su obra de redención. La pobreza de espíritu es así expresión de la presencia del reinado de Cristo y “nuestra riqueza” (Mt 5,3 y 2 Cor 8,9). Y al mismo tiempo experimentar y proclamar, como Jesús en la noche de su Pasión y de su Pascua, como Israel, que su misericordia es eterna (Sal 136).
Es difícil hablar de esto porque no es algo que pasó sino que está pasando. Y cada uno lo vive en ritmos y modos diversos. Hay una herida abierta que no ha cerrado. También corremos el peligro de un cierto “victimismo”, de pasividad apostólica e incluso de vergüenza de nuestra identidad, que son más tentaciones que verdadera humildad.
Al mismo tiempo constatamos que por esta herida ha entrado una experiencia de la misericordia de Dios, de su corazón, que no se escandaliza de ninguno de sus hijos sino que sale al encuentro del otro pues quiere “que todos los hombres se salven” (1Tim 2,4). Como del Corazón traspasado de Jesús brota su Espíritu, así de esta herida estamos en el camino de “nacer de nuevo”. Donde abundó el pecado Dios quiere que sobreabunde la misericordia. Como María y como Pablo, queremos dejarnos alcanzar por el amor de Cristo conformándonos con sus sentimientos, asociándonos así a la obra de redención.
Nuestras heridas, por tanto, están siendo una puerta santa por la que la misericordia de Dios se hace presente. El Señor está siendo grande con nosotros y estamos alegres. La experiencia de esta miseria está siendo una dura pero saludable medicina, una oportunidad de aprender a vivir más libres, por ejemplo de una supuesta “ejemplaridad”, la del que se presenta ante el Señor demasiado seguro de sí, dispuesto a ayudar a Dios y a los demás, sin darse cuenta que él mismo es quien más necesita ser ayudado, ser salvado.
Encuentro, acompañamiento y comunión son tres ejes del proceso de renovación que estamos realizando. Estamos buscando aprender a gobernar desde la misericordia, a vivir la misericordia en nuestras comunidades donde el paso de la uniformidad al respeto personal genera desgaste emocional o surgen conflictos por diferencias de visión. Estamos aprendiendo a escuchar abiertos a la conversión personal por medio del hermano, a perdonar y a pedir perdón, a poner la propia institución (no sólo el fundador o el carisma) en su lugar, al servicio de las personas, sin idolatrarlos. Estamos aprendiendo a ser más contemplativos, más eucarísticos, más afectuosos. La experiencia de la misericordia nos está enseñando a ser más inclusivos, más eclesiales, con una mayor gratuidad en nuestra labor apostólica. La experiencia de la misericordia nos está ayudando a comprender mejor a tantas familias o personas disfuncionales, a no juzgar con dureza a quienes viven alejados de la práctica de la fe sino desear caminar juntos en la conversión al Amor, a vivir la dimensión mariana y materna de la fe con entrañas de misericordia (cf. Is 49,15). Por ello podemos decir, con María, el Señor ha hecho obras grandes en mí, ha mirado la humillación de su esclava. Y proclamar con el salmo 13: “porque confío en tu misericordia, se alegra mi corazón con tu auxilio, y cantaré por el bien que me has hecho”
Misericordia y la comunión. Uno de los frutos de nuestro camino de renovación está siendo el anhelo de comunión entre todos los miembros del Movimiento y con todos los hombres, buscando expresar mejor la comunión eclesial entre todas las vocaciones y buscando incluir a todos en la comunión. Dios ha puesto este deseo a la vez que experimentamos la fatiga que implica la comunión, ya sea en las comunidades, ya sea al colaborar en la misión apostólica.
La comunión hoy la vemos como misión. Dios nos llama a ser, como la Iglesia en la Iglesia, “sacramento” de comunión. La misión de Cristo, es en definitiva la comunión del hombre con Dios. El reinado de Cristo consiste en hacer presente esta comunión trinitaria ya en este mundo. Comunión que presupone la relación de personas, salir al encuentro del otro, conocerlo en profundidad, amarlo en totalidad y desear su mayor bien. Así, podríamos decir que en fidelidad al nombre de nuestro movimiento, estamos llamados a vivir la comunión como misión, al estilo de Jesús: “amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 13,34). Con los brazos abiertos a todos, con la ofrenda de la propia vida, en el trono de la Cruz.
La comunión, lo sabemos, no consiste simplemente en aprender a trabajar en equipo, a organizarse con eficacia. Todo esto es bueno pero bien sabemos que la comunión es un don que obra el Espíritu y que viene acompañado de la conversión del corazón, de perdonar y pedir perdón, de misericordia. Se podría decir que la comunión es fruto de la misericordia. Sólo si aprendemos a ser misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso con nosotros, seremos capaces de comulgar con el otro, reflejo de la comunión que viene de lo Alto. La verdadera comunión nace de la pobreza, de la recepción del otro como don, de la misericordia. No se funda en la pretendida “fuerza de los hombres” sino en la “debilidad de Dios” que es más fuerte que los hombres (cfr. 1 Cor 1,25). Es en el amor de hijos de un mismo Padre bueno donde el Misterio del Reino se hace presente entre los hombres.
Para terminar quisiera darles las gracias a ustedes, a todos los movimientos, a la Iglesia que nos está acompañando en nuestro camino de renovación. Es a través de ustedes que hemos experimentado el amor misericordioso de Dios, que no se escandaliza, que no descarta a los pecadores sino que sigue amando y confiando. Su cercanía, corrección fraterna y la misma invitación a participar en este encuentro es testimonio de misericordia. Muchas gracias.